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Escritor, investigador y humanista colombiano, con estudios en filosofía. Fomentador de los cánones clásicos de la poesía española e hispanoamericana, en un sano marco de patriotismo colombiano y latinoamericano.

viernes, 11 de octubre de 2019

EL VALOR DE LA AMISTAD Y DE LA PALABRA (Apólogo)


EL VALOR DE LA AMISTAD Y DE LA PALABRA
(Apólogo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

TEMA: La amistad como valor ético social y del individuo.
SUBTEMAS: Compromiso, cumplimiento y trascendencia.
GRUPO ETARIO: 15-18 años.

Cuando yo cumplo con la palabra empeñada, los demás creen más en mí, En mi seriedad y en mis valores como persona. ¿Es importante que los demás crean en mí? ¡Oh sí! Desde luego que sí, porque nosotros vivimos y convivimos con los demás. Un hombre que decida vivir solo tendría que retirarse a vivir como un ermitaño alejado de la sociedad. Y aun así llegará el día en que tendrá necesidad de los otros, porque se enferme o porque necesite de alguna cosa, en fin. Una antigua leyenda griega cuenta lo siguiente sobre el valor de la palabra empeñada…

Había una ciudad en Grecia donde vivían dos hombres que se conocían desde niños y más que amigos, eran como hermanos. Uno de ellos fue acusado injustamente de un delito que no cometió, se le siguió un juicio y fue condenado finalmente a la horca en la plaza pública. El condenado tenía su familia en una ciudad cercana, que estaba a tres días a pie de distancia. Él pidió encarecidamente al gobernante de la ciudad que lo dejara ir a despedirse de su esposa y de su hijo antes de ser ajusticiado y le juraba en el nombre de los dioses que en un plazo máximo de una semana regresaría para ser ahorcado. El gobernante no le dio el permiso lo que sumió al condenado en una profunda tristeza. Su amigo del alma, Hipias,  se presentó ante el Arconte Rey de la ciudad (el gobernante) y le hizo la siguiente propuesta:

-¡Señor! Déjalo ir a despedirse de su familia, que él es un hombre de palabra. Él es temeroso de los dioses, si empeñó su palabra a nombre de ellos, ten por seguro que vendrá a cumplir con su condena.
-¿Qué me ofreces tú en prenda de seguridad de que tu amigo no se escapará hacia las altas montañas para evadir el peso de la justicia?
-Señor, él es mi amigo del alma. Yo me quedo en la cárcel en prenda de garantía mientras él va y vuelve. Si llegara a escaparse –cosa que estoy seguro no sucederá- tú dispondrás de mi vida como a bien tengas.
-¡Me parece justa tu propuesta! Así si él se escapa, tú morirás en su lugar y los dioses se encargarán de tomarle a él cuentas cuando muera.

Bajo esta condición Hipias fue encarcelado y su amigo fue liberado para que pudiera irse a despedir de su familia. Androcles –que así se llamaba el condenado-, se fue a todo lo que sus piernas le permitieron correr, camino a la ciudad vecina. Los días empezaron a transcurrir e Hipias estaba seguro de que el séptimo y último día del plazo, Androcles llegaría para ocupar su lugar en la celda y finalmente en la horca. Pero aquel día transcurrió y Androcles no apareció ni siquiera por la noche aunque hubiera sido bien tarde. El Arconte Rey nada dijo y dejó transcurrir el octavo día, sin que Androcles hiciera acto de presencia. Y aun transcurrió el noveno día sin ninguna novedad al respecto. El día décimo el Arconte Rey se dirigió con un piquete de soldados hacia la celda donde se verificó el siguiente diálogo…

-¡Sí ves Hipias! ¡Ahora tú deberás morir en lugar de ese falso, traicionero y mentiroso de Androcles, tu supuesto amigo, quien te ha abandonado a tu suerte!
-Así parece ser mi señor, tú deberás verificar que la ley se cumpla. ¡Yo estoy dispuesto a morir en lugar de Androcles!

Al atardecer de ese día Hipias marchaba atado con sogas y vendado, en medio de un redoble de tambores, hacia el ágora o plaza central de la ciudad, para dar cumplimiento a la condena de la horca. Esto era algo jamás visto en la ciudad… ¡Un hombre inocente iba a entregar su vida en nombre de la amistad! A Hipias le leyeron en voz alta el decreto del Arconte Rey ordenando la ejecución. Con paso firme Hipias se dirigió debajo del árbol en el centro del ágora, donde lo esperaba una soga con nudo corredizo, que habría de quebrantarle la tráquea y hacer colapsar sus pulmones, para poner fin así a su existencia. Hipias con una serenidad a toda prueba, se dejó conducir por los verdugos hacia la soga, que rápidamente anudaron alrededor de su cuello, mientras el condenado había sido levantado varios centímetros del piso, encaramado en un viejo taburete de madera, para que en el último momento su cuerpo quedara a la altura suficiente como para que su propio peso verificara el proceso de ahorcamiento. Los tambores resonaban a lo lejos mientras la plaza era abarrotada de gente por sus cuatro costados. Terminados los preparativos, ya Hipias estaba encaramado en lo alto del taburete y la soga, convenientemente ceñida alrededor de su cuello, se hallaba tensa según lo acostumbrado. Solo hacía falta que el verdugo empujara a Hipias hacia adelante, para que éste perdiera el equilibrio y quedara colgando solamente de la cuerda alrededor de su cuello, para que en cuestión de minutos dejara de vivir.  El verdugo ya iba a hacer esto cuando…

-¡Alto! ¡No le quiten la vida, no! ¡Ya estoy aquí de regreso!

Esta voz resonó como un grito sobrehumano en aquella vasta plaza y todos los presentes se quedaron asombrados por lo que sucedía a último momento…

-¡Soy yo, Androcles! ¡Perdóname Hipias, perdónenme todos! Las fuertes lluvias destruyeron todos los puentes de aquí hasta la ciudad vecina y tuve que atravesar a nado dos ríos caudalosos tanto a la ida como de regreso… ¡Casi pierdo la vida, estuve a punto de ahogarme tres veces y nadé contra la corriente! Me demoré varios días, pero aquí estoy ahora para honrar mi palabra empeñada ante el sagrado altar de los dioses…

Dicho esto, Androcles con la velocidad de un rayo cayó casi desmayado ante los pies de su amigo, bajo las portentosas ramas del viejo árbol de los ahorcados. Su cuerpo estaba casi desnudo cubierto con jirones y harapos de lo que antes fueran sus ropas. El Arconte Rey se quedó maravillado por la fortaleza de la palabra empeñada de aquel hombre que aun ante las puertas de la propia muerte, aún creía en el honor y en la amistad y había acudido a cumplir con lo prometido. Los verdugos se apresuraron entonces a liberar al inocente Hipias y a amarrar en su lugar a Androcles, cuando de repente la voz del Arconte Rey se dejó ir con potencia…

-¡Alto verdugos! ¡No hagan tal cosa! Este hombre que acaba de honrar ante el altar de los dioses su palabra, merece vivir. ¡Estoy maravillado por la poderosa fuerza de la amistad de estos dos hombres! Créanme que si uno de ellos dos muriera, nuestra ciudad experimentaría una gran pérdida! ¡Ciudadanos! He aquí un maravilloso ejemplo que todos debemos seguir e imitar en adelante! ¡Liberen a Androcles y rindámosle homenaje de gratitud a él y a Hipias, por darnos esa extraordinaria lección de honor, cumplimiento y grandes virtudes morales!

Ante esta noticia inesperada todos los asistentes a la plaza prorrumpieron en gritos de júbilo y tiraron flores al cielo, en señal de gratitud ante los dioses y ante su justo y sabio gobernante…

-¡Que vivan Hipias y Androcles ¡Que vivan los amigos que se aman como hermanos!

Los dos amigos se abrazaron ante la multitud que los vivaba y saludaba. Hipias solamente se limitó a decir…

-¡Creí en la fuerza de la palabra de mi amigo y en su profundo respeto a los dioses, yo sabía que no estaba equivocado!

El Yopal (Casanare), abril 28 de 2011
Colombia

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